
Los camareros de bares antiguos lo sabemos.
Detrás de cada cara nueva con un whisky sin hielo hay una historia. Yo sólo los sirvo. Ellos brindan por su pasado, sorbo a sorbo, y cuando la pena les pesa menos se marchan para no volver.
Vino durante un par de semanas. Sentado siempre en el mismo taburete apoyado en el mismo lugar. Cada noche, a eso de las doce llegaba, y parco en palabras sólo pedía y repetía. Él y el whisky, el whisky y él. Nunca miraba a los lados, nunca parecía mirar en realidad. Inmerso en un tiempo que no era el suyo miraba aquel presente desde esos ojos tan vidriosos como el vaso de cristal al que se aferraba.
Le gustaba Jhonny Cash. Lo supe por azar. Al cuarto día sonaba Hurt en la radio y él cerró los ojos un instante. Juraría que algo dentro se le rompió. Dirigió una mirada al aparato y su mirada se humedeció. A la semana más o menos, cosas del azar, la canción volvió a sonar en la emisora, y una vez más apuró su copa y pidió otra.
Cuentan que viene del norte y que un día albergaba vida en su rostro. Que soñaba con casarse y tener hijos. Cuentan que amó tanto que cuando ella lo dejó se lo llevó también a él. Pero esas son historias de bar, lenguas de terceros, palabras de aquellos que un día lo vieron sonreir y ser feliz.
A las dos semanas le esperaba desde el otro lado de la barra, pero nunca apareció. Algo me dice que no volverá, que vive viajando encontrando un hogar, aunque viaja en el hogar de un pasado que no volverá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario