
Las luces de la ciudad poco a poco se hacen paso entre la noche. Las farolas, los carteles, las viviendas, las estrellas. El cielo negro. El aire frío. El invierno. La oscuridad.
Te siento desde lejos, sé que ya caminas lento, hacia mi encuentro.
Lleno la taza con té, abrazo la cerámica con los bordes de las mangas del pijama. Dejo que el vaho acaricie mi cara, sudándome la piel, regalándome su olor.
Me hago sitio entre la cama. Recupero la última página leída del libro de la semana. Enciendo un cigarrillo y apago mi realidad para entregarme a la ficción narrativa.
Sin embargo, poco a poco, llegas.
Una hora y media miro por la ventana. Es noche cerrada. El corazón se me acelera y las sábanas se me antojan melancólicas, filtrándose en mi piel, como tú lo hacías. Intento volver a esfumarme de mi habitación leyendo un poco más, apelando a la suerte de quedarme dormido sin tener que estar tú y yo a solas en la oscuridad.
Nada sirve, nada es suficiente.
Da igual que sea un libro, una película, una serie o la hebriedad del fin de semana.
Siempre llegas, siempre me tocas y siempre me haces daño.
Entonces todo empieza. Imagino tu rostro; el calor en mi pecho, pienso en dónde y con quien estarás; el nudo en el estómago, retumban viejas frases en mi cabeza; y un mar de tristeza asola la orilla de mi débil fortaleza.
Los recuerdos me toman de la mano y me llevan a cada beso, a cada promesa. Y siempre me besas, siempre repites que siempre me querrás, y yo, ineficiente, grito e intento escapar. Duele. Dueles en cada centímetro de mi alma, de mi anatomía, anidas en mi pecho y por más que me esfuerzo la mente siempre pierde en el intento de destronarte.
Te odio. Te odio por que una parte de mi te sigue queriendo. Y no lo entiendo. Así que me odio a mi también, odiándolo todo, odiándonos a ambos, a lo que fuimos, a la incongruencia de lo que soy.
¿Por qué tuviste que volver? ¿Por qué volviste y me cogiste la mano? Confiaba en ti, confiaba en ti. Eras la única persona que nunca me ibas a hacer daño, me lo prometiste, volviste, me lo pediste, me besaste, me lo prometiste.
Y ahora solo queda eso, daño, daño de lo que fuimos, daño de lo que hiciste, daño de lo que queda, sólo yo, en mi vida, en cada noche, despierto o ya en sueños. Vivo o muerto mi mente siempre te encuentra.
Quiero regalarle mi sexo a alguien. Por venganza, por despecho, por falta de autoaprecio. Te metiste en mi cuerpo, me hiciste colarme dentro de ti. Maldita seas, ya ni me siento mío, me siento de nadie, del viento, del recuerdo.
Sarah McLachlan - Angel
Pasas todo el tiempo esperando
por esa segunda oportunidad.
Un descanso que te haga sentir mejor;
siempre hay una razón
para no sentirse lo suficientemente bien.
y es dificil al terminar el dia
necesito una distracción
oh hermosa libertad
Los recuerdos se filtran por mis venas
dejame estar vacia y sin peso
y tal vez
encontraré esta noche
algo de paz.
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